(Escribe: Doctor Juan Romero). En recientes notas se planteaba la necesidad del mito para vivir y convivir en sociedad, hay que tener presente que la comunicación humana tiene en el lenguaje una de sus vías (no la única) y que dicho medio es vivo, cambia cuando las personas cambian y especialmente las relaciones sociales entre las mismas cambian. Pocas expresiones humanas son tan reactivas a las imposiciones por decreto como el lenguaje, si lo sabrán las dictaduras. Tan indomable es que muchas veces nos arrepentimos de lo dicho por segundos, incluso expresado en el texto bíblico de Santiago haciendo referencia al poder del lenguaje para destruir o construir. Debo reconocer que hago un esfuerzo quijotesco de práctica cotidiana en el uso personal del lenguaje: acto de resistencia de no usar la palabra doctor antes del nombre de la persona que es médico o abogado. Se preguntaran por qué, el hablar cotidianamente no tiene nada de inocente en sus contenidos es más denota luchas en el profundo campo de las ideas, las cuales se reflejan en las palabras que usamos las que fueron cambiando históricamente al compás de tales luchas, a mi modo de ver la palabra doctor es una plaga resistente especialmente en el norte del Uruguay, la misma indica mucho de lo que somos y en estas breves líneas intentará avanzar en ello. Pero antes de ello, expreso mi esperanza que algún día en algún diccionario las acepciones a doctor digan algo así” “arcaísmo usado en el pasado por los más pobres para tratar a los más ricos y también para marcar superioridad por parte de médicos y abogados pero que fue desapareciendo en uso a medida que fue disminuyendo la desigualdad socioeconómica y se ampliaron los derechos ciudadanos”. No es el objetivo de la nota pero se debería investigar como históricamente se fue construyendo el concepto de doctor, el cual está asociado con los inicios de los estudios universitarios en nuestro país en el siglo XIX, consolidado en el modelo universitario del siglo XX pero que ha cambiado sustancialmente en el final del mismo y principios del XXI. Pero yendo al punto, tomando el análisis de M. Focault ¿qué tienen en común los médicos y abogados? Autoridad sobre el cuerpo humano, uno por la medicina y otro por la ley, normativizan la vida de las demás personas estableciendo pautas de comportamiento sobre cómo manejar, controlar, hacer con y sobre nuestros cuerpos se presentan como representantes de la institución médica o legal la cual se encarna en la práctica de la profesión por medio de fulano o fulana. Si lo analizamos desde el enfoque de las relaciones de mercado y consumo, en la medicina y el derecho deben ser prácticamente los únicos espacios en los cuales el cliente apenar pasa la puerta en general de forma automática se posiciona en una relación de sumisión, a la espera de lo que digan de su cuerpo físico o jurídico. En ambos casos el cliente no sabe, no tiene la razón y no tiene idea de lo que es mejor para sí mismo, hay que obedecer la palabra técnica autorizada. Así sea víctima o victimario de un hecho legal el cliente es sujeto pasivo ante el abogado, lo que él diga será lo más conveniente no siempre se debe decir la verdad por ejemplo. Como paciente ante el médico, la persona pasa a ser un objeto de intervención, se actuará sobre su cuerpo y bueno, seremos observadores de lo que hacen con nosotros. En un país en donde se ha avanzado pero que continua siendo insuficiente el acceso a la justicia y la salud es previsible que continúe vigoroso el uso del título de doctor, mucho más en el norte del país del cual Salto forma parte, basta mirar algunos indicadores socioeconómicos del Observatorio Social del MIDES. No se pretende generalizar porque se sabe y conoce de médicos y abogados que su actuación cotidiana e histórica procura revertir lo planteado, con su accionar colocan la importancia de ser llamados por su nombre, o señor o señora en caso se prefiera de mayor formalidad o el contexto así lo exija, ello implica un cambio de fuerza simbólica en la lucha por un país y región más igualitario y con mayores derechos ciudadanos, a ellos y ellas mi respeto. Nos queda para ir finalizando, el denominado doctor como título académico alcanzado por aquellos que hicieron su doctorado en las más diversas áreas de la ciencia, en el caso de Uruguay como en la mayoría de los países serios en materia académica implica haber realizado maestría y/o doctorado aproximadamente seis a ocho años más de estudios luego de obtenido el título de grado. Para doctorarse es preciso escribir una tesis y defenderla públicamente ante un tribunal de docentes con título de doctor, se espera que el título es (debería ser) el resultado de mucho estudio, investigación y producción de conocimiento sobre un área de actuación o trabajo. Por otra parte, es un título exigido en muchas universidades (no en la nuestra) como básico para iniciar en la carrera académica de la docencia y/o investigación, en general dicho título es citado en las comunicaciones por escrito en los ámbitos académicos, instituciones de financiamiento de investigaciones científicas, curriculum, y publicaciones de artículos en revistas científicas y/o especializadas. En la vida diaria estos doctores no son llamados como tales en el supermercado o en la fila del banco, por lo menos lo que conozco prefieren el nombre de pila y si son llamados de doctores su reacción oscilaría entre sentirse desubicados o la carcajada estridente, prefiero esto último. No son estos el tipo de doctores que expresan simbólicamente la desigualdad social de nuestra sociedad uruguaya y salteña. Está muy claro que el tema no se agota en esta nota, pretendo que sea una provocación para reflexionar sobre algunos mitos de nuestro lenguaje como el uso de dotor fulano/a, para que por lo menos no comience a sonar como algo tan natural, eterno e incambiable, para que ello ocurra será el devenir de nuestra actuación cotidiana construida a lo largo del tiempo. Ahora, el hecho de colocar en duda, cuestionar (sería el verbo que antecede a la transformación) el uso de la palabra doctor sería el primer gesto de cambio, pero conociendo en donde vivo estimo que su uso tendrá larga vida entre nosotros. Ahora, cuando entre en desuso indicará que algo ha cambiado en nuestras relaciones y seguramente será para quedarse, me anticipo y les digo que prefiero que me llamen por Juan, hasta la próxima