En una homilía serena y positiva, el Papa ha añadido que «el Espíritu nos pide que demos forma a su consolación. ¿Cómo? No con grandes discursos, sino haciéndonos próximos. No con palabras de circunstancias, sino con la oración y la cercanía».
Según el Santo Padre, «es el tiempo de llevar la alegría del Resucitado, no de lamentarnos por el drama de la secularización. Es el tiempo para derramar amor sobre el mundo, sin amoldarse a la mundanidad». En definitiva, «es el tiempo de testimoniar la misericordia más que de inculcar reglas y normas. ¡Es el tiempo del Paráclito!».
Francisco ha añadido que el Espíritu Santo consuela «especialmente en los momentos difíciles como el que estamos atravesando», y de un modo muy personal pues «solo quien nos hace sentir amados tal y como somos da paz al corazón». De hecho, «es la ternura misma de Dios, que no nos deja solos; porque estar con quien está solo es ya consolar».El Espíritu ayuda a vivir «en el presente, no el pasado o el futuro»
El Papa ha subrayado que el Espíritu ayuda a vivir «en el presente, no el pasado o el futuro. El Paráclito afirma la primacía del ‘hoy’ contra la tentación de paralizarnos por las amarguras y las nostalgias del pasado, o de concentrarnos en las incertidumbres del mañana y dejarnos obsesionar por los temores del porvenir».
Al mismo tiempo, «nos constituye como Iglesia en la multiforme variedad de carismas, en una unidad que no es nunca uniformidad. Si escuchamos al Espíritu no nos centraremos en conservadores y progresistas, tradicionalistas e innovadores, derecha e izquierda» pues «el Paráclito impulsa a la unidad, a la concordia, a la armonía en la diversidad. Nos hace ver como partes del mismo cuerpo, hermanos y hermanas entre nosotros».
Francisco ha recordado que «no salvamos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos con nuestras propias fuerzas». Ha advertido que «si en la Iglesia ponemos en primer lugar nuestros proyectos, nuestras estructuras y nuestros planes de reforma caeremos en el pragmatismo, en el eficientismo, en el horizontalismo, y no daremos fruto. Los ‘ismos’ separan».
Por el contrario, «la Iglesia se reforma con la unción de la gracia, con la fuerza de la oración, con la alegría de la misión, con la belleza desarmante de la pobreza. ¡Pongamos a Dios en el primer lugar!».