Francia festeja cada 14 de julio su Día Nacional porque en ese día, pero del año 1789, un grupo de rebeldes tomó la fortaleza de la Bastilla, prisión y símbolo de la monarquía en ese país. Con esto, la historia de la nación europea dio un giro, puesto que marcó el comienzo de la Revolución Francesa. Los revolucionarios batieron al rey y a su sistema de gobierno absolutista para instaurar lo que sería la república que se instalaría bajo el lema de «Libertad, Igualdad, Fraternidad«.
El hecho que hoy se conmemora con desfiles y un feriado nacional en el país galo es el asalto sobre la fortificación a las afueras de París por parte de la población civil y, sobre todo, la coronación del hartazgo contra la monarquía absoluta, un sistema que Francia había padecido como pocas naciones.
Luis XIV, soberano entre 1643 y 1715, había hecho del personalismo una forma de gobierno, detrás de máximas que se le atribuyen como «el Estado soy yo». Luego, su hijo Luis XV gobernó 59 años con un régimen similar, en el que no había primer ministro y los parlamentos eran meros instrumentos de decoración. Cuando murió, en 1774, lo sucedió su nieto, quien adoptó el nombre de Luis XVI como una forma de mostrar la continuidad del régimen absolutista. Este sería el último rey de Francia.
aquel entonces, pensadores franceses como Voltaire, Rousseau, Montesquieu y Diderot difundían por todo el continente su planteo sobre la importancia de un mayor peso de la sociedad civil y, en algunos casos, como Rousseau, defendían abiertamente la imposición de la democracia.
Todos coincidían con la proliferación de la libertad individual, la libertad de pensamiento y la libertad de expresión. Estos eran pensamientos que no solo se oponían a la monarquía, sino también a la Iglesia Católica, cuya institución e imposiciones eran rechazadas por esta nueva generación de pensadores, algunos de ellos profundamente creyentes. Estas ideas, estandartes de la revolución, son una parte importante de lo que celebra Francia en este día.
Están incluidas en el Programa de la Revolución, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que en su primer artículo proclama: «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales no pueden fundarse más que sobre la utilidad común». El documento aporta una idea de la libertad que sigue vigente: «Consiste en poder hacer todo aquello que no dañe a un tercero (…) Estos límites solo pueden ser determinados por la ley».
La toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, fue la victoria de estas ideas, que adquirieron más fuerza frente a una hambruna generalizada y el retraso del monarca regente en imponer los cambios que demandaba el llamado Tercer Estado —integrado por la sociedad civil—, frente al Primer Estado -la nobleza- y el Segundo —formado por el Clero—.